El regreso era inevitable...
Mi visa expiraba el día siguiente y quise guardar en mis retinas los viejos recortes del Malecón.
El antiguo hotel que me hospedaba mostraba orgullosos su linaje colonial; desplegaba la gallardía y el misterio de una época de conquista y el Fuerte del Morro era la muestra viva de esos tiempos.
Caminé por el amplio corredor hasta el ascensor, pulsé la llamada y quedé al aguardo del botones que lo manejaba. Recorrí con la mirada el generoso espacio de espera y metida en sus pensamientos y en el sillón, la vi.
Era demasiado bonita como para evitar sonreírle; y en ese momento deseé más que nada saber su nombre. Consumimos los primeros momentos con la frivolidad propia de los extraños y casi sin querer nos confundimos con al calle. Su sensualidad superó el magnetismo del paisaje, su atractivo fue interesado para conmigo y dejó de lado las trivialidades de las dudas.
Quiso saber mi profesión y le hablé de mi suerte de soñador y poeta, de caminante y explorador de otros cielos...
En ese momento
su mirada dejó caer un rasgo de melancolía que no logró confundir su encanto.
No quise agobiarla con el mar de dudas que guardaba conmigo, solo reclamé al destino, un especio de tiempo para los dos.
La Habana vieja se mostraba galana a nuestro paso; el mar tenía el ritmo del son cubano en su choque empecinado contra la piedra y José Martí me soplaba letra para enamorar aquellos ojos.
La invitación a un mojito sonó como súplica, yo deseaba prolongar, en una cena, el ahora de su presencia y ella, con su caída leve de pestañas, reveló los propósitos de su corazón.
Al encontrarnos en un restauran se veía más bella aún; vino hacia mí con una paso firme, la mirada altiva...segura...
En sus labios traía el primer atisbo de textura y con el saludo de su voz decoró nuestra necesidades . La prestancia de su andar llenó de embeleso el viejo salón y por un momento se me ocurrió que hasta el mismo Fidel, de habernos visto, me habría envidiado.
En la comida supo más de mí, me habló también de su amada Colombia y de su oficio de guerrillera... fue en ese momento donde comprendí que jamás la olvidaría.
Nadie jamás hubiera pensado que aquella dama jugara mano a mano con la muerte. Fueron unos segundos donde no podía creer que aquellas delicadas manos, que llegaban hasta mí como ansiosa golondrinas de verano, se chisparan como garras...que jalaran el gatillo...
La imaginé en medio de la batalla, como Juana de Arco, como Juana Azurduy...
En mis largos viajes he conocido muchas profesiones, muchas formas de ganarse la vida, pero ella guardaba para mí no sólo el enigma de sus caderas y de su piel, sino también la fascinación de sus convicciones; la fuerza de sus ideales...
Esa misma que me arrastraba hacia ella, que me invitaba a galantearle.
La noche siempre guarda un poco de misterio ... La acompañan en su camino hasta el alba el romanticismo, la magia, la oscuridad y esa llama que enciende las pasiones, más aquella vez dejó caer sobre nosotros toda su gala y fue cómplice en el juego de seducción. En su lenguaje de roces entremezclamos el aliento... La brisa del mar perfumó su pelo, mi brazo se acostumbró a su cintura, aceleramos el paso...
Su boca fue generosa en besos, mis manos ansiosas buscaron su talle oculto entre encajes...La habitación fue cielo... sus piernas, mis alas...sus senos, mi norte...sus piel, la patria de mis manos...su abrazo, mi destino...y nuestros cuerpos plegaron la suavidad de un sueño...

Siempre he amado los amaneceres, son sinónimo de volver, de otra oportunidad...
No fue así esa vez.
No quise permitirle al sol la osadía de romper las sombras.
Que al menos por una vez olvide su camino y ermita que la oscuridad arrulle un poco más a los que veneran la pasión. El equilibrio universal no sería roto a pensar de mis súplicas...
Y ella se fue...
No quise saber nada de su destino; no modificamos distancias...
Durante un tiempo los noticieros sacudían mi alma con cada enfrentamiento en la selva; quise transmutarme en otro ser para no anhelar tanto su reencuentro.
Sólo el tiempo pudo enseñarme que no volvería a verla ... y aún así, cada vez que visito la vieja Habana, José me la recuerda e n sus versos.
Ella eligió el recuerdo... señaló con sus labios mis deseos y marcó con sus ojos una nostalgia.
Porque sabía que mi regreso era inevitable.